Santos Calixto Caravario y Luis Versiglia
En uno de sus sueños, Don Bosco había visto subir al cielo dos grandes
cálices con los que sus hijos regarían la misión salesiana en Oriente: uno
estaba lleno de sudor y el otro de sangre. Algunas décadas más tarde, desde
China, el P. Luis Versiglia escribiría a otro salesiano que le había regalado
un cáliz: “Que el Señor me haga devolver a nuestra Pía Sociedad el cáliz que me
fue ofrecido. ¡Que se desborde, si no con mi sangre, al menos con mi sudor!”.
Luis Versiglia, nacido en Oliva Gessi (Pavía) el 5 de junio de 1873, a
la edad de doce años entró en el oratorio de Valdocco donde conoció a Don
Bosco. En 1885 estudia con los salesianos de Don Bosco con la intención de
ingresar en la universidad y ser veterinario. Permanece junto a Don Bosco por
dos años y medio, se confiesa con él frecuentemente. Además, tiene el honor de
leerle un discurso de felicitación el día de su último onomástico.

el ambiente empapado de religiosidad, el ardor misionero y la
fascinación del propio Don Bosco, ya en los últimos años de su vida,
transformaron el ánimo del muchacho al que, en fugaz encuentro en 1887, el
santo le dijo: «Ven a verme, tengo algo que decirte»; pero Don Bosco ya no pudo
hablar con él porque enfermó y murió. No obstante, el joven quedó tan prendado
de la figura de Don Bosco que, para responder a la llamada vocacional, al final
de sus estudios en Valdocco pidió «quedarse con Don Bosco», guardando
celosamente en su corazón la secreta esperanza de poder ser un día misionero. A
los 16 años emitió los votos en la Congregación Salesiana.

Pocos días después de la muerte de Juan Bosco, Luis asiste en la
Basílica de María Auxiliadora a la imposición del crucifijo a los siete
salesianos que partían a las misiones el 11 de marzo de 1888. Es aquí cuando
decide convertirse en salesiano para ser misionero en un futuro. El 21 de
diciembre de 1895 recibe la ordenación sacerdotal. Don Miguel Rúa lo nombró
maestro de Novicios de Genzano, cerca de Roma.
En 1906 dirigió la primera expedición misionera salesiana a China. En
1918 los Salesianos recibieron la misión de Shiu Chow del Vicario Apostólico de
Cantón. El P. Luigi Versiglia fue nombrado Vicario Apostólico y el 9 de enero
de 1921 fue consagrado Obispo. Era un verdadero pastor, dedicado a su rebaño.
Le dio al Vicariato una sólida estructura con un seminario, casas de formación,
diseñando él mismo varias residencias y refugios para los ancianos y
necesitados. Se ocupó con convicción de la formación de los catequistas.
El P. Callisto Caravario nació en Cuorgné (Turín) el 8 de junio de 1903
y fue estudiante del Oratorio de Valdocco. Todavía siendo clérigo, en 1924,
partió para China como misionero. Fue enviado a Macao, y durante dos años a la
isla de Timor, entusiasmando a todos por su bondad y celo apostólico. El 18 de
mayo de 1929, Mons. Versiglia lo ordenó sacerdote.
Don Versiglia encontró en Macao un pequeño orfanato, propiedad del
obispo local. En 12 años de trabajo, con la ayuda de una docena de hermanos y
ampliando el terreno, lo transformó en una moderna escuela profesional para 200
alumnos internos, la mayor parte huérfanos, a quienes se preparaba para que
aprendieran una profesión. En 1911, Don Versiglia inició también la misión de
Heungshan, región entre Macao y Cantón. Su celo apostólico por la salvación de
las almas alcanzó cotas heroicas entre los enfermos de peste bubónica y entre
los leprosos.
Versiglia era incansable en su evangelización y con la ayuda de
Sacerdotes enviados desde Italia organizaba los lugares a misionar. Fue Consagrado
obispo en Cantón el 19 de enero de 1921 (algo que el particularmente
manifestaba no ser digno, pero hasta la gente así lo aclamaban), a las fatigas
de un ministerio pastoral en un territorio vastísimo y sin caminos, monseñor
Versiglia añadió ásperas penitencias que llegaron a la flagelación hasta la
sangre. En 1926, por invitación de los superiores de Turín, participó en el
Congreso Eucarístico de Chicago. Una grave operación quirúrgica lo entretuvo
durante un año en Estados Unidos. Cuando la salud se lo permitía, se ocupaba
también de la propaganda misionera, dejando siempre una impresión
extraordinaria.
Al volver a Shiu-Chow le habían preparado una novedad: la sede
episcopal. Era una casa graciosa, al estilo chino, no lujosa, junto al
Instituto Don Bosco, donde monseñor había siempre ocupado dos pequeñas
habitaciones, alejadas de todo movimiento de los más de 300 alumnos. La nueva
construcción le pareció un lujo y rechazó categóricamente el nombre de palacio
episcopal. Se resignó a habitarlo con tal de que se llamara y fuese realmente
«la casa del misionero», donde pudieran hallar acogida los misioneros enfermos
y cuantos estaban de paso o venían para reuniones.

En 12 años de misión, de 1918 a 1930, el obispo Versiglia logró hacer
prodigios en una tierra hostil a los católicos: fundó 55 estaciones misioneras
primarias y secundarias frente a las 18 encontradas; ordenó 21 sacerdotes;
formó 2 religiosos laicos, 15 Hermanas nativas y 10 extranjeras; dejó 31
catequistas (18 de ellas mujeres), 39 maestros (8 maestras) y 25 seminaristas.
Administró el Bautismo a 3.000 cristianos convertidos, frente a los 1.479 que
encontró a su llegada, Erigió un orfanato, una casa de formación para
catequistas, una escuela de catequistas; el Instituto Don Bosco con escuelas
profesionales, secundarias y de magisterio para muchachos; el Instituto María
Auxiliadora para las muchachas; un asilo de ancianos, un orfelinato, dos
dispensarios de medicamentos y la Casa del misionero como deseaba que se
llamase a la sede episcopal. El obispo no se detenía ante nada, ni siquiera
ante las carestías, las epidemias, los desafíos que se le presentaban a él y a
sus colaboradores, no siempre humanamente recompensados: apostasías, calumnias,
abandonos, incomprensiones, traiciones… Todo era superado gracias a una oración
intensa y constante. Durante todos los años que dedicó a la China, monseñor
Versiglia jamás se cansó de exhortar a sus sacerdotes a dialogar con el Señor y
la Virgen María. No por casualidad mantenía una correspondencia con las monjas
carmelitas de Florencia, pidiéndoles apoyo espiritual.
La situación política de China no era tranquila: la nueva República
China, nacida el 10 de octubre de 1911, con el general Chang Kai-shek, había
reportado la unidad a Cina, derrotando en 1927 a los «señores de la guerra» que
tiranizaban a varias regiones. Pero la opresora infiltración comunista en la
nación y en el ejército, mantenida por Stalin, había convencido al general a
apoyarse en la derecha y a declarar ilegales a los comunistas (abril de 1927).
Por este motivo la guerra civil se había reanudado. La provincia de Shiu-Chow,
situada entre el Norte y el Sur, era lugar de paso o de parada de varios grupos
combatientes entre sí y, por lo mismo, eran frecuentes los hurtos, los
incendios, las violencias, los delitos, los secuestros. Era también difícil
distinguir, en estas bandas que saqueaban, a los soldados prófugos, a los
mercenarios, a los asesinos a sueldo, a los piratas que se aprovechaban del
caos. En estos tristes tiempos también los extranjeros arriesgaban su vida y se
les llamaba con desprecio «diablos blancos».

Los misioneros, por lo general, eran amados por la gente más pobre y
las misiones eran el lugar de refugio en los momentos de saqueo. Pero los más
temibles eran los piratas que no tenían miramientos con nadie, y los soldados
comunistas para los que la destrucción del cristianismo era un programa. Por
esta razón en los viajes necesarios para las actividades misioneras en los
diversos y diseminados pueblos, los catequistas y las catequistas, las maestras
y las muchachas, no se ponían en viaje si no iban acompañadas por los
misioneros.
Por el peligro que amenazaba por los caminos por tierra y por los ríos,
tampoco el obispo Luis Versiglia había podido, hasta ahora, visitar a los
cristianos de la pequeña misión de Lin-Chow, formada por dos escuelitas y
doscientos fieles en la devastada ciudad de 40.000 habitantes, afectada por la
guerra civil. No obstante, hacia finales de enero de 1930 se convenció de que
debía ponerse en viaje. A primeros de febrero llegó al centro Salesiano de
Shiu-Chow el joven misionero don Calixto Caravario, de 26 años, responsable de
la misión de Lin-Chow, para acompañar al vicario Versiglia en el viaje. Hechas
las provisiones, tanto para el viaje previsto de ocho días como para las necesidades
de la pequeña misión, al alba del 24 de febrero, partió, en tren, el grupo
compuesto por monseñor Versiglia, don Caravario, dos jóvenes maestros titulados
por el Instituto Don Bosco (uno cristiano y el otro pagano), sus dos hermanas:
María de 21 años (maestra) y Paula, 16 años (que finalizados los estudios
volvía con su familia); iba también la catequista Clara de 22 años. Tras una
parada, por la noche, en la casa salesiana de Lin-Kong-How, el 25 de febrero
partieron en una barca que debía remontar el río Pak-kong hasta Lin- Chow; se
añadió al grupo una anciana catequista que debía acompañar a Clara, la más
joven, y a un muchacho de 10 años, que iba a la escuela de don Caravario. La
barcaza era manejada por cuatro barqueros y, remontando el río, a eso de
mediodía, avistaron en la orilla unas hogueras, avivadas por una decena de
hombres que, al llegar la barca a su altura, les intimaron a acercarse y
detenerse. Preguntaron a los barqueros, apuntándolos con los fusiles y
pistolas, a quiénes transportaban y al saber que se trataba del obispo y de un
misionero, dijeron: «No pueden transportar a nadie sin nuestra protección. Los
misioneros deben pagar 500 dólares, si no los fusilaremos a todos».

Los
misioneros trataron de hacerles comprender que no tenían tanto dinero, pero los
piratas, que habían subido a la barca, descubrieron a las muchachas refugiadas
en una especie de barraca situada a popa de la barca y entonces gritaron:
«¡Llevémonos a sus mujeres!». Los misioneros replicaron que no eran sus mujeres,
sino unas alumnas a quienes acompañaban a sus casas; y al mismo tiempo
intentaban cerrar con sus cuerpos la entrada a la barraca. Entonces los piratas
amenazaron con quemar la barca, prendiendo pequeños haces de leña desde una
barca vecina, pero la leña estaba verde y tardaba en prender, mientras los
misioneros lograban apagar las primeras llamas. Enfurecidos, los piratas
cogieron ramas más gruesas y la emprendieron a bastonazos con los dos
misioneros. Después de unos minutos, el obispo, 50 años, cayó al suelo y al
cabo de unos minutos también don Caravario cayó por tierra; en este momento los
malandrines se abalanzaron sobre las mujeres arrastrándolas a la orilla entre
sus llantos desesperados. También los dos misioneros fueron llevados a tierra.
Los barqueros, con la anciana catequista, el muchacho y los dos hermanos de las
mujeres fueron dejados libres para continuar su camino; estos, después,
avisaron a los misioneros y a las autoridades, que enviaron unas patrullas de
soldados.

Mientras tanto, a orillas del río se consumaba la tragedia. Los dos
Salesianos, atados, se confesaron mutuamente, exhortando a las tres muchachas a
mantenerse firmes en la fe; después los piratas les obligaron a caminar por un
caminito a lo largo del río Shiu-pin, pequeño afluente del Pak-kong, en la zona
de Li Thau Tseui. El obispo Versiglia les imploró: «¡Yo soy viejo, mátenme si
quieren. ¡Pero él es joven, no lo maten!». Las mujeres, mientras eran
conducidas a una pagoda, oyeron cinco disparos y diez minutos después los ejecutores
volvieron diciendo: «Son cosas inexplicables, hemos visto a muchos… todos temen
la muerte. Estos dos, en cambio, han muerto contentos y estas muchachas no
desean otra cosa que morir». Era el 25 de febrero de 1930. Las muchachas fueron
llevadas a la montaña, quedando a merced de los bandidos durante cinco días. El
2 de marzo los soldados llegaron al refugio de los bandidos, los cuales, tras
un breve intercambio de disparos, huyeron dejando en libertad a las muchachas,
que fueron preciosos y verdaderos testimonios del martirio de los dos
misioneros Salesianos.
¡Así los dos cálices soñados por Don Bosco se elevaron al cielo!
Juan Pablo II los beatificó el 15 de mayo de 1983 y los canonizó el 1
de octubre de 2000. Con motivo de la beatificación dijo: “La sangre de los dos
beatos está a la base de la Iglesia china, como la sangre de Pedro está en la
base de la Iglesia de Roma”.
“Todo cristiano participa en el 'martirio blanco' si pone en práctica
el Evangelio y lleva su propia cruz".
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